El taray, también conocido como tamariz, taraje o tamarisco, es un arbusto que puede alcanzar una altura de hasta 10 m, convirtiéndose, así, en un árbol que puede llegar a tener un porte variable. Posee unas raíces que se extienden mucho, lo que le facilita penetrar en el subsuelo para conseguir el agua necesaria. El tronco puede llegar a ser, según crece el arbusto, muy grueso y retorcido, ramificándose desde la misma base; la corteza es agrietada, de color pardo a gris oscuro. El taray se ramifica mucho y tiene hojas de color verde, diminutas, alternas, en forma de acícula o escama, que recuerdan de alguna manera a las de los cipreses.
Las flores son muy pequeñas y numerosas, formando racimos densos y alargados, de colores que varían, generalmente de blanco a rosa vivo, pasando por tonalidades intermedias. La floración se puede extender más o menos según el lugar donde nos encontremos; teniendo en cuenta las distintas especies y las variaciones del clima, podríamos decir que puede haber tarays en flor en nuestra provincia desde marzo hasta agosto, aunque su época central de floración es de mayo a julio. Finalmente, en otoño se produce el fruto, que tiene forma capsular y pequeño tamaño (no alcanzan 1 cm de longitud). Es de destacar, asimismo, que esta planta desprende un olor característico, lo que hace que, a una cierta distancia, podamos anticipar su presencia.
El taray es un arbusto duro,prácticamente indiferente al tipo de suelo (salino, arcilloso, nitrogenado, contaminado,...), aguanta mucho los ambientes erosionados, en los que el sustrato orgánico es pobre. Soporta suelos con poco contenido en agua, pero también se adapta a riberas, por lo que está particularmente naturalizado en las torrenteras y, sobre todo, en las ramblas, donde forma comunidades con los carrizos.